Si el escritor nace o se hace, es uno de los temas más controvertidos en la historia de la literatura universal, como controvertido ha sido el tema de la clarividencia, por solo situar un ejemplo.
Abstrayéndonos de la controversia, inmensamente válida por demás, digamos que existen ciertas condiciones que, si se dan, le abren paso a un escritor consumado, más allá de que no hubiese nacido con un talento connatural.
El talento es cuestión de una inmensa dedicación
Una de las premisas fundamentales, en lo que respecta a formarse como escritor consumado e, incluso, no tan consumado pero sí destacado, es la dedicación a la lectura.
Quien mucho lee, puede escribir lo que lee o, bien, plasmar en un papel lo que “una musa llamada lectura”, le ha inspirado desde el fondo de su alma y su corazón, digámoslo así, para develar “el misterio” que radica en la disyuntiva eterna de si un escritor nace o se hace.
Quien lea, una y otra vez, un poema erótico de Pablo Neruda o, bien, sobre la tristeza existencial del gran poeta nicaragüense Rubén Darío, más temprano que tarde terminará siendo un poeta y/o un escritor capaz de reproducir la realidad y la fantasía, que están en su alma.
“Mi alma, ya gastada de tanto usarla, se resiste a declinar para plasmar en el corazón de un papel viejo y amarillento, todo el conocimiento y el sentimiento, no fugaces, que se sentaron en mi ser, al nacer, y morirán escribiendo sobre una muerte lenta y dolorosa, de la que sólo yo sé”.
Si el escritor nace o se hace, es relativamente irrelevante
¿Se puede, o no, hacer un escritor? Esta prosa “profética” es la mejor muestra de que sí es posible hacerse como tal, así, quien escribió (anónimo) esas letras haya nacido con un talento inocultable.
Ahora, no es el caso, ni más faltaba, limitarse a leer, así no más, por mucho que nos “devoremos” inmensos volúmenes de las obras más prodigiosas de la literatura universal.
Es necesario o, más bien, imprescindible decidirse, de una vez y por todas, sin dilaciones temerosas, a escribir y, de esa manera, demostrarse a sí mismo que sí es viable lograrlo.
“La constancia vence lo que la dicha no alcanza”, se ha dicho desde tiempos ancestrales. Entonces, si somos constantes, leyendo y escribiendo con enorme perseverancia y con la fe de un carbonero, podremos llegar a ser escritores consumados.
Retomando el tema de un camino largo y, posiblemente tortuoso, para llegar a ser escritor, digamos que el siguiente paso consiste en atreverse a someter los escritos al escrutinio de amigos y familiares para, luego, exponerse a la inclemente crítica pública.
Ahora, si el escrutinio y la crítica mordaz nos desalientan, bastará con retomar la historia de Albert Einstein, que fue considerado como “un mediocre” en matemáticas y que, luego, sólo logró conseguir un modesto cargo en una oficina de patentes.
Tras superar semejantes injustas afrentas, se convirtió en el gran genio del siglo XX, cuya Teoría de la Relatividad no ha sido revaluada, ni siquiera por Stephen Hawking, otro genio prodigioso de la Astrofísica y de la Mecánica Cuántica.
¿El escritor nace o se hace? Para responder a esta inquietud milenaria, basta con haber leído este artículo que, dicho sea de paso, fue escrito por alguien que no nació con una pluma en la mano, precisamente.